Observar tras este visillo casi transparente, pero que es suficiente barrera para tí y tus sentimientos, que, por poco, bajan por la fachada del viejo edificio y se anidan en su oído. Volver a sentir la sensación de niñez e inocencia que te trae su recuerdo de aquellos momentos en los que estabais tan cerca. Temblar por ese frío que sientes en tu interior, como una ola de muerte que mata, una por una, tus emociones, que antes notabas grandes y palpitantes. Sentir la ausencia, como si te faltara la sangre o la piel. De pronto, una lágrima se anida en tu lagrimal y baja despacio, seguida de otra que logra mojar la tela de la cortina. Un mal sentimiento, pero, al fin y al cabo, un sentimiento que te recuerda que sigues vivo, que no has muerto sin darte cuenta, como un espíritu que no es consciente del momento de su muerte. Vivir. Vivir. Vivir. Un instante después continuar como si nada pasara y volver a morir por un tiempo.
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