Cuatro medallas de
oro, quince contando las de plata y bronce. Y premios, más premios,
recuerdos amontonados en mi gran vitrina de cristal. El pasado.
Paredes de colores
pastel, luces blancas, celdas pretenciosas que quieren ser habitaciones y
carceleros que se hacen llamar enfermeros. Ahora soy el señor Neil Anderson
Horner y lo único que conservo de aquellos días de gloria es mi recuerdo,
recuerdo que se va borrando cada día con más facilidad. Me robaron el ancla con
el que me aferraba a mi pasado. Me arrebataron todos esos amuletos que me
devolvían lo que me resistía a olvidar. El terror de las nenas no es
ahora más que un montón de huesos apalancados en un asilo. Aquellos puños
llamados de acero, marchitos ya por la artrosis, no son capaces de sujetar un
mísero vaso de agua.
Vuelven los mismos
visitantes de siempre. ¿Qué hacen aquí viernes tras viernes? Siempre la misma
cara de tristeza. ¡Y eso que no han pasado todo lo que yo he pasado! Traen
algunas fotos. ¿Qué hace esta gente con las fotos de mi boda con Brenda?
Quieren que recuerde. ¡Claro que lo recuerdo! ¿Cómo no voy a recordar el día
más importante de mi vida, el día de mi casamiento con la mejor mujer del mundo?
Por fin se larga esta
gente, ¡por poco se me hace tarde! Ya es casi la hora, he de prepararlo todo
para el combate. Tomo mi bolsa roja que por tantos vestuarios ha pasado y
reviso que no falte nada. ¡Por Dios! Por poco se me olvida. ¿Dónde estarán esos
dichosos guantes? Deben de estar en el armario. Revuelvo un poco la ropa.
Aquí están, mis compañeros de aventuras, mis compinches sobre el ring. Me pongo
los pantalones cortos color esmeralda que tanta suerte me han dado, aún calientes
de mi último combate y vuelvo a apretar el nudo de los cordones de mis botas.
Oigo la voz del presentador nombrándome: “Y ahora, con las bermudas verdes y
con el mismo espíritu de siempre, Neil el
Tigre Anderson” y a
continuación las voces de la grada coreando mi nombre, como si se les fuera la
vida en ello.
Recuerda Neil, busca
su punto débil, como siempre te dice Mike. Arriba, directo de izquierda, gancho
y será tuyo, la victoria será tuya. Papá dice que soy bueno para tener
diecinueve años. Paso a paso me acerco al ring, he de subir ya, ha llegado la
hora, el gran momento, esto ya no se trata de un entrenamiento. He de subir al
cuadrilátero. Escalón a escalón voy sintiendo un frío inusual. Puede que sean
los nervios. Ya noto el dulce sabor de boca que me deja el éxito, el triunfo, a
veces mezclado con algo de sangre.
¿Quién grita a mis
espaldas? No es mi entrenador. Es una voz de mujer. ¿Por qué me llama papá?
¿Quién ha dejado entrar a esos niños? Empieza el combate. Un momento,
¿qué le pasa a mis brazos? Parecen entumecidos, adormecidos. Estoy perdiendo la
fuerza, ¿qué pasa? Vamos Neil, como sigas así vas a recibir una buena paliza.
La voz de Mike diciéndome que reaccione se combina con la de esa muchacha que
sigue, sollozando, llamándome papá. ¿Podré terminar este combate? Estaba
perfectamente en los entrenamientos. Intento mover mis pies y comenzar a
moverme por el ring.
¿Qué pretendes, papá?
No, no lo hagas. ¡Por favor, no saltes papá! Logro recordar. Es Susan, mi
hija. ¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¡Hija! He perdido. Esta vez no será mi puño
el que levantará el árbitro. Mientras caigo suena la cuenta atrás. Tres. Dos.
Uno.
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