Algo
me pasa. El reloj está llegando, de nuevo, a esa posición fija mientras el día
se vuelve casi tranparente. Y yo, con el reloj, a este sentimiento de agobio
tomado ya por costumbre, refugiado en mi soledad interna. La vida puede
transcurrir a mi alrededor y yo me encuentro quieto en medio del tráfico. Aquí estoy,
como en otras muchas ocasiones, escribiendo palabras que no sé si al final cobrarán
sentido formando un conjunto o seguirán separadas, aisladas del mundo, del
movimiento. ¿Puede algo estático crear algo que no lo sea, algo que transmita,
que tome vida, algo que tocar o, por lo menos, algo que sentir?
De
vuelta al mundo me voy dando cuenta de que no valen la pena estas evasiones,
aunque a veces sean necesarias. Hay que seguir el ritmo del mundo, aunque no
estés preparado para ello. Hacia ahí me dirijo, a la corriente que siguen las
personas, a dejarme llevar, sin apenas pensar. Sí, tomo el camino fácil, puede
que eso diga mucho de mí, pero no me siento capacitado para dar la vuelta y
comenzar a nadar a contracorriente, no me veo capaz de traspasar esa masa de gente
que se encuentra tras de mí. Hagamos lo que hacen todos, vivamos lo que quieran
los demás. Estas letras pueden tomar un tono de desesperanza que me sorprende a
mi mismo pero creo que expreso la verdad que vivo, la verdad que vivimos la
mayoría, la verdad que, desgraciadamente, se apodera de nosotros, la verdad que
no podemos, ni queremos ver hasta momentos como estos, en los que te separas de
la gran corriente humana y puedes nadar tranquilamente en mar abierto. Volvamos
a la corriente, volvamos a eso que llaman “mundo real”.
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